miércoles, agosto 06, 2008

Camino de Santiago, once again.

Lo prometido es deuda. Eso dicen. Sea verdad o no, yo siento que os debo un email de este segundo Camino porque hace muchos meses que está puesto en el lateral que cuando volviese lo contaría. Allá voy.


Hoy no es 6 de agosto como pone en la entrada, es 4 de septiembre y escribo desde la vuelta al trabajo y la añoranza de una ruta que ha sido tan importante para mí en los últimos dos años, pero con la que, esta vez sí, siento que ya he cumplido. Quería hacer el recorrido entero: Roncesvalles-Finisterre, pero así como la otra vez volví con la seguridad de que repetiría pronto, esta vez mi sensación ha sido la que se tiene cuando se cierra un ciclo. Puede que otra vía. Puede que dentro de varios años. Puede.


Cogimos el tren estrella a las 22.35 del viernes 1 de septiembre rumbo a Sarria. Llegamos a las 6.10 (creo) y a falta de otra cosa que hacer ya que era demasiado temprano para desayunar, nos pusimos en camino siguiendo las flechas amarillas.


Llevamos un ritmo estupendo, alcanzando los 5-5,5 km a la hora, sin cansancio, estupendo. Paramos a desayunar en un hostal con unos perros muy graciosos y después de reponer las pilas con tostadas de pan de barra, unas estupendas magdalenas y un café, seguimos con las mismas ganas que antes. Cuando llegamos a Portomarín, el puente que tenía delante de mi no parecía ni la mitad de malo de lo que había sido un par de años atrás. Es la desesperación de la tercera jornada. Llegamos al albergue bastante bien de tiempo y nos pusimos a la cola. Delante teníamos a Isabel y Raúl e hicimos muy buenas migas con ellos. Habían empezado a la vez que nosotras, venían en el mismo tren, y nuestra primera conversación fue precisamente sobre la gente de las cabinas del tren. La tarde fue tranquila, duchas, siesta, paseo por Portomarín, heladito y relax en los bancos del albergue charlando con los peregrinos. No todos son fantásticos y esta vez nos tocaron un par un poco pedantes pero sobrevivimos.


Al día siguiente nos levantamos temprano, a las 5.00 y en media hora estábamos saliendo por la puerta con nuestra mochila al hombro y la noche cerrada por delante. Hasta las 7.00 no hubo claridad en el camino y creedme si os digo que nos metimos por zonas que si llegamos a llevar un bastón de peregrino y mucha fe en que no nos pasaría nada, no nos hubiésemos atrevido. Fue agobiante porque los árboles encerraban mucho y no dejaban pasar ni un poco de la luz de la luna. Nuestras linternas brillaban por su ausencia y la luz del móvil no daba para mucho. Al final amaneció y continuamos sin problemas.

Las guías del camino son un poco particulares y donde te dicen que hay 22km igual son 24km y creedme que esa media hora extra cuando te has hecho a la idea de otra cosa da mucho coraje. Por eso, cuando llegamos a lo que podría ser Palas de Rei, vimos un albergue nuevecito, con Isa y Raúl en la cola y un restaurante con un pinta estupenda. No podíamos pedir más. El pueblo en cuestión no tenía nada más que nuestro albergue, otro privado para niños estilo campamento de verano, el restaurantes y un polideportivo. Fin. Cuando ya dejamos a mochila y nos pusimos a curiosear, comprobamos que no estábamos en Palas de Rei si no a un par de km pero donde quisiese que estábamos pertenecía y eso nos sirvió.
Después de comer cayó la siesta. Al despertarnos, masajes en las piernas y de vuelta al restaurante a echar la tarde y terminar cenando. Hay que decir que los albergues cierran a la 22.00 y apagan la luz a las 22.30 por lo que lo que se haga tiene que ser tempranito. Esa noche dormimos estupendamente y a la mañana siguiente...

De nuevo a las 5.00 en pie para salir a las 5.30. Ya se notaba que la gente había tomado nota de Portomarín y esta vez éramos más los madrugadores. Por delante teníamos la tercera etapa: la más dura por el cansancio acumulado sin que los músculos se hayan acostumbrado y (aunque aún no lo sabíamos) llena de cuestas como ninguna otra.
Fue una mañana dura. Hubo muchos momentos de desesperación, de no poder más y de obligarte a dar un paso más. Tardamos 7 horas en un camino que, en principio y por kilometraje, deberían haber sido 6. Justo antes de una curva Eva me dijo por enésimo vez que no podía más. La tomé en serio y decidí adelantarme yo para ver cuanto faltaba porque aquello ya no lo sostenía más. Al pasar esa curva, inmediatamente después, estaba el puente lleno de peregrinos esperando para el albergue de Ribadiso. Mi siguiente preocupación era que no tuviésemos sitio porque entonces nos habríamos tenido que ir a buscar cobijo a Arzúa, a 2 Km de allí y... eso era algo totalmente inviable en ese momento. Tengo que decir que Isabel y Raúl se alegraron mucho de vernos. Ellos llevaban ya un rato allí y estaban un poco preocupados porque sabían como estaba Eva de las piernas. Cuando abrieron las puertas y conseguimos nuestro sitio, la ducha fue mi salvación. Después fui al río a que me diesen el aire y el Sol en la cara y a meter los pies en el agua. Raúl me ofreció una cerveza y como le dije en ese momento, "no suelo tomar cerveza pero voy a hacer una excepción esta vez" y me supo a gloria. Ese momento fue el primero de mi vida en el que bebí con ganas de desahogarme. De sentir que ya había pasado todo y, al final, había salido bien. Sé (porque ya me ha pasado antes) que la desesperación de esa etapa sólo se comprende cuando se vive por lo que sólo os pido que penseis que esta es una de tantas veces en las que estoy exagerando.
Por la tarde nos fuimos a comer unas tapas y a ver la playa fluvial que les gustó mucho. El pulpo a la gallega estaba de campeonato y los pimientos de Padrón, la carne que pedimos... Con hambre todo está más bueno pero después de la etapa, una buena ducha y algunas risas, está mucho mejor.

A la mañana siguiente nos equivocamos al coger el camino y en vez de por el campo fuimos por la carretera hasta Arzúa. No era lo que marcaban las flechas amarillas y daba un poco de canguelo que los coches pasasen tan cerca pero no vimos las indicaciones y fuimos a lo seguro. Desde allí y después de desayunar, enlazamos con las flechas amarillas y pusimos rumbo a Pedrouso.
Al pasar por delante de Santa Irene te dan ganas de quedarte pero hay que pensar que lo que no camines ese día lo tienes para el próximo y siendo la última jornada, conviene que no sea demasiado dura. Para ir al albergue hay que desviarse y es una decisión que a algunos les cuesta tomar. Es duro andar de más. El criterio que vence en ese momento es el de que el próximo albergue municipal está en el Monte do Gozo a 18 Km de allí. 18Km más son muchos.
Esta vez la cola de espera era grande y había un montón de gente que no habíamos visto antes. Hubo varios compañeros que salieron con nosotras de Ribadiso que se quedaron sin plaza en el albergue y tuvieron que optar por una pensión.
Esa tarde la dedicamos a nadear, comer en un bar con una camarera mejicana que cada mañana cogía su coche y se iba a una parte del camino a hablar con los peregrinos para ir a trabajar después. Era simpática pero arrastraba algún guiño pijo como que se había puesto a trabajar para ver el precio del dinero y lo había descubierto cuando algún mes no tenía para hacerse la manicura porque tenía que comer. Una peculiar lección que aprender de la peregrinación pero cada uno encuentra lo que necesita supongo.
Nos surtimos de dulces y por la noche los niñatos ingleses no dejaban de mirar desde sus literas a nuestras camas y aunque eran muy molestos, al final el cansancio pudo más y nos quedamos fritas.

Por la mañana fue curioso el momento de ir al baño y no poder porque las avispas se había apropiado de él. Menos mal que había más opciones.
Esta vez nos adoptaron dos peregrinos de Madrid que era la segunda vez que lo hacía (la anterior fue en Semana Santa) y que se ganaron a Eva cuando le dijeron que cuando llegasen a Monte do Gozo le invitaban a un cigarro. Ya tuvo motivación bastante. Efectivamente, cuando llegamos hicimos la parada de rigor para afrontar la entrada a Santiago que es dura por fea y desilusionante. Pero llegas y tu mejor recompensa es ver la plaza del Obradoiro hasta la bandera de gente, recibir tu compostelana y ver la cama tan maravillosa que te espera en el hotel.

Tuvimos la suerte de que el jardín del hotel era una preciosidad y allí nos tomamosalgo con Isa y Raúl y mi padre y un compañero (que por casualidad los habían destinado a Santiago ese día) y al día siguiente hicimos la ruta París-Dakar de la Rua do Franco con nuestra inseparable pareje de peregrinos y Raquel y Viçent que se apuntaron al final en el hueco que tenían dentro de su apretada agenda de visita a la ciudad. Al menos ellos vieron porque lo que fue nosotras... :p

Y aquí acaba el relato. Hoy es 17 de septiembre y evidentemente he tardao varios días en acabarlo pero es lo que tiene escribir en el trabajo. Espero que no se os haya hecho muy pesado porque ahora me falta escribir ¡mi cumpleaños y sus regalos!

Bessssossss a repartir y sed buenos/as.