miércoles, octubre 18, 2006

DÉDALO

En la medina
de Kaz el Malí, bajo la luz
turquesa del mediodía, descendimos
un laberinto de callejas tortuosas
y mugrientas. En la urbe imperial
de las diecisiete puertas, estábamos
unidos, codo con codo, como tantas veces
soñáramos mirando las ilustraciones polícromas
de los libros de arte. La primavera
se había lavado la cara,
y el verdor y el agua,
y los oasis.

Las callejuelas húmedas
escondían tienduchas minúsculas
y talleres primitivos. Vimos
niños sin edad hilando interminables
alfombras, viejos decrépitos que vendían perfumes,
sonrisas y zalemas, y guías,
y mendigos.

Descendimos aún más.
Vimos el zoco de los curtidores
con su olor nauseabundo,
el de los ceramistas,
exótico y barato,
y el de los herreros: te compré,
como alianza de amor, una pulsera
de bronce con incrustaciones de plata:
motivos vegetales para tu sonrisa
de yedra y yerba.

Con tu pulsera
y mi alianza, te querré siempre,
nos abrazamos; temblando visitamos
la escuela de letras coránicas,
la tumba del gran profeta,
donde las jóvenes morillas imploran
amores ventajosos o venideros.
Te ofrecí la araña de mi pecho,
los mares de mis ojos, para siempre,
y sin abluciones,
sin descalzarnos los pies, sin rezos,
me dijiste que sí
con un beso.


Descendimos al corazón
de Kaz el Malí, para encontrarnos,
y nos perdimos. Tú querías
volver sobre las huellas de los pasos
y visitar de nuevo el palacio
del sultán, matarlo; yo insistí en regresar
al coche por el paseo de palmeras
que rodea la universidad.

Jóvenes estudiantes memorizaban
sus lecciones, como nosotros mismos
en tiempos sin recuerdo: tal vez
también soñaran con países lejanos
en recónditos lugares. Tú sabías
que los sueños se tornan extraños
cuando se materializan: ignorante,
me urgía conocer tus arcanos
y llorarte.

Te ofrecí la araña de mi pecho,
los mares de mis ojos, para siempre,
y sin abluciones,
sin descalzarnos los pies, sin rezos,
me dijiste que no
con un silencio.


Descendimos al erebo
en la medina de Kaz el Malí.
Solo en el Gran Hotel te lloro,
porque el amor es frágil
como un hilo, porque te perderé
si Asterión no muere violentamente
en su laberinto.

Jesús Jimenez Reinaldo
Bessssossss a repartir y sed buenos/as.

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Es una maravilla. Saludos.

10:11 p. m.  

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